miércoles, 9 de marzo de 2011


Es sorprendente tu facilidad para acostumbrarte al dolor. Es sorprendente como crees que forma parte de tu vida como otra cosa cualquiera. Vas almacenando trozos de tristeza como fuesen botes de conserva que, aún estando vacíos, sigues guardando por si pueden servir para algo más tarde.
Caminar, caminar, caminar. Un paso adelante, tres atrás. La vida, las vías, los trenes perdidos. Las líneas que no van a volver a pasar por esos pueblos perdidos. Ser un pueblo perdido. Maldecir la distancia día tras día. Sentir ya se ha ido todo cuando ni siquiera has llegado. Cuando aún no has encontrado la forma de dejar de ser un pueblo perdido. Y así acumulas caminos no hechos, experiencias no vividas, botes de conserva vacíos.
Siempre te has conformado con un sitio en el desván del mundo, tu capacidad para acostumbrarte a las telas de araña de la realidad es la misma a acostumbrarte a llevar atada la tristeza a tu pierna izquierda, y que esta golpee la derecha cuando camines.
Y aún sacas el valor para imaginarte a esos botes cayendo al suelo mientras sus cristales se rompen en fragmentos muy pequeños. Aún te queda fuerza para soñar que consigues otros que no están vacíos. Porque no has perdido las ganas de reutilizar líneas de tren perdidas, de dar diez pasos adelante y ninguno atrás. De caminar de verdad.